domingo, 28 de noviembre de 2010

Un puente entre dos mundos.

          Mi experiencia con la Ayahuasca

      El jueves pasado fue uno de los días más extraños de mi vida, donde la muerte y el sufrimiento se fundieron con una alegría realmente indescriptible. Pero antes de pasar a contarles lo que sucedió, voy a hacer un poco de historia...



Un Puente entre dos Mundos


        Nací en una familia de clase acomodada, hijo de un exitoso abogado y una madre muy contenedora, amorosa y espiritual. La admiración por mi padre, al cual consideraba una especie de Súperman, hizo que ya desde los cinco años tuviera bien clara mi vocación. Quería seguir sus pasos y replicar exactamente su proyecto de vida.

      Desde muy joven me recibí de abogado y hace 18 años ejerzo esa profesión. Mi trabajo transcurre entre ejecuciones, divorcios, contratos y pleitos de diferente naturaleza, siempre tratando de satisfacer el deseo del cliente que pide mis servicios profesionales. Tenía una vida que se podría considerar exitosa, una posición social consolidada, propiedades, posibilidad de viajar por todo el mundo, una hermosa mujer y dos hijas maravillosas con quien compartir todos mis logros materiales.  Además me consideraba una persona realista ya que nada podía pasar más allá de lo que mis sentidos pudieran captar o mi mente pudiera justificar científicamente. Sin embargo, una creciente disconformidad se apoderaba de mí. Había algo que todavía me faltaba para ser feliz, un sentido trascendente, un significado que no podía encontrar.

     Cuatro años atrás, sin todavía saber muy bien de que se trataba, me anoté en la carrera de Astrología. Como la mayoría de la gente, mi único acercamiento a esa disciplina era alguna que otra lectura incidental de esos horrorosos horóscopos que aparecen en diarios y revistas. Confieso que comencé mis estudios, más movido por mis ganas de confrontar y desenmascarar al profesor, que por una verdadera ansia de saber. 

      En las primeras clases ataqué con munición gruesa. Como buen abogado, había estudiado todos y cada uno de los cuestionamientos que los hombres de ciencia le reprochan a esta milenaria disciplina. Sin embargo, el profesor fue desarmando con paciencia y maestría todos y cada uno de los misiles que le tiraba, así que a las pocas clases ya estaba absolutamente embelezado con el mágico mundo que se abría ante mis ojos. ¿Cómo hacía ese tipo para conocer los problemas, temores, alegrías y desafíos de mi vida, sin jamás haber tenido contacto conmigo?, si cuando se refería a las energías que conforman mi carta natal, parecía que me estaba desnudando.

     Poco a poco fue variando mi forma de ver la realidad. El profundo cambio me trajo mucha angustia, porque era habitante de dos mundos que pensaba absolutamente divorciados entre sí. Me sentía como en el aire, sin poder hacer pie en ninguno de ellos. Cuantos más conocimientos recibía, más me peleaba con mi antigua identidad, sintiendo una fuerte tentación por abandonar toda la estructura que había construido hasta entonces.

     Donde más se notaba mi creciente disconformidad, era sin dudas en el trabajo. ¿Cómo encajaba todo lo aprendido con una profesión donde el criterio del éxito sólo se juzga por resolver los problemas conforme los deseos conscientes de mis clientes? ¿Cómo salir de una visión maniquea amigo – enemigo en la que estaba sumergido hace tanto tiempo?. Recién ahora empiezo vislumbrar una respuesta…

     Resulta que un par de años atrás, Pablo, un buen cliente mío, me derivó a una persona que tenía un conflicto laboral con el casero de su quinta. Juana era una bella mujer de treinta y pico largos, de físico bien trabajado, ricachona, caprichosa, racista, absolutamente peleada con el mundo. De hecho, hacía como 15 años que no se hablaba con su hermano, a pesar de que ambos compartían diariamente el ámbito laboral en la empresa de su poderoso padre. Tenía una hija de 10 años, a la que había criado sola, ya que según sus propias palabras, el papá “nunca se había hecho cargo” y ella se bastaba a sí misma para cumplir con los roles materno y paterno. Mi contacto personal con ella, sólo se limitó a mantener un par de reuniones en el estudio, al efecto de intercambiar información para contestar adecuadamente la demanda laboral que había recibido. Para ser sincero, no me inspiraba ni la más mínima simpatía. Dicho en palabras más crudas, me pareció una mina histérica y arrogante.

     Mientras tanto, mis estudios de astrología seguían avanzando y se hacían cada vez más profundos, pero cada tanto el profesor nos hacía una sabia advertencia. La información que nos trae la astrología es muy valiosa pero a la vez muy mental. Y el verdadero “insight” se produce cuando todos los conocimientos adquiridos “logran bajar a las tripas”. Si uno no hace nada para que eso suceda, se produce una disociación muy grande entre pensamiento y emoción. Como resultado de ello, corremos el serio peligro de pontificar algo a los demás, que en realidad no terminamos por aplicar a nuestras propias vidas. 

     El consejo entonces, era complementar nuestros estudios con terapias corporales como la bioenergética, u otras disciplinas donde la información sea integrada de forma más intuitiva y no nos llegue procesada exclusivamente por el hemisferio izquierdo del cerebro, encargado de racionalizarlo todo.

     Una compañera de estudios me habló repetidas veces de las bondades de la Ayahuasca, un brebaje preparado con la liana de una planta amazónica, que combinada con otros vegetales del lugar y cocida durante gran cantidad de horas, conforma la principal medicina que aplican los chamanes de varias tribus de Latinoamérica. Si bien me seducía la idea de probarla, la decisión no era fácil para alguien que toda la vida se había jactado de no haber consumido ningún tipo de estupefacientes. Me llevo tiempo vencer los prejuicios, pero al final decidí que iba a entregarme a la experiencia. 

     Dos semanas antes de la toma, Pablo me llamó nuevamente para comentarme sobre algunos problemas de su empresa, y me dijo como al pasar que Juana había contraído cáncer de pulmón. Lamenté la noticia, aunque rápidamente olvidé el tema, ya que nada me ligaba a esa mujer, más que aquellos puntuales encuentros que se habían sucedido años atrás.

     Finalmente llegó el día, la ayahuasca permite que la parte consciente de uno pueda sumergirse en las profundidades del inconsciente, generando un maravilloso viaje interior cargado de valiosa información. Fue en uno de esos viajes que se me apareció nítida la imagen de Juana y algo que a la vez me decía que debía transmitirle un mensaje de amor que jamás había conocido en su vida.

     Tres días después de la toma, volvió a llamarme Pablo. Esta vez para decirme que, desde que se había enterado de su terrible enfermedad, ella se había recluido en su casa, aislándose totalmente de las pocas personas con las que aún mantenía contacto, pero que sin embargo era su intención encontrarse conmigo para consultarme profesionalmente. 

     En esos momentos se estaba aplicando quimioterapia y por su extrema debilidad no podía acercarse al estudio, así que me ofrecí a ir a su domicilio particular. Me abrió la puerta su madrastra, aquella misma persona que tanto había criticado y menospreciado durante largos años, tildándola como "una negrita advenediza que estaba con su padre sólo por su dinero". Ni bien nos sentamos a conversar, me explicó de su miedo a morir, dejando a su hija sola en la vida. Que el padre de la niña nunca se había hecho cargo de ella, y que por ese motivo quería sacarle la patria potestad para otorgársela al abuelo - su propio padre -.

      Lejos de satisfacer sus deseos y aceptar el trabajo que me encomendaba, le propuse algo totalmente diferente, trasmitiéndole el mensaje que la planta sagrada me había reservado para ella. Le hablé por horas acerca de la naturaleza del amor, de la necesidad que tenía de dejar de replegarse sobre sí misma y de abrirse a los demás, del poco tiempo que disponía para dedicarse a esa tarea y sanar todos sus vínculos. Le propuse que debía encontrar la forma de contactar al padre de su hija, de amigarse con su hermano y demás familiares. Traté de hacerle entender que era el mejor legado que le podía dejar a su pequeña, mucho más importante que todo el dinero que tenía de sobra. 

     Me escuchó pasmada hasta que comenzó a llorar, pero fue bastante firme en decirme que lo que yo le pedía era imposible de llevar a cabo. Que la habían engañado y estafado repetidas veces, que tenía muchas y variadas razones para haberse alejado de sus familiares y amigos. Retruqué diciendo que poseía  muchos más motivos para perdonar y sanar las heridas del pasado y dejé su casa pidiéndole que lo pensara.

     Pasaron ocho meses desde aquel extraño encuentro sin que volviera a tener noticias de ella. Varias veces me pregunté qué actitud habría tomado y cuál sería la suerte que en definitiva correría su hijita. El jueves me llamó Pablo para decirme que Juana agonizaba en una clínica privada. Que ya estaba absolutamente tomada por el cáncer y que no hablaba ni reconocía a nadie. De repente, no se por que, sentí que tenía que verla. 

     Ni bien llegué a la habitación me encontré con la madrastra llorando desconsoladamente, casi en estado de shock, porque minutos antes Juana acababa de salir de una crisis de muerte. Cuando logró calmarse me miró y me reconoció enseguida, aunque sólo nos habíamos visto aquella vez en la casa de su hijastra. Me contó que luego de la charla que tuvimos cambió absolutamente su vida. Juana se amigó con su hermano, mejoró increíblemente la relación con su padre y el vínculo personal entre ellas se transformó en una verdadera relación madre – hija, como jamás se hubiese imaginado. Me contó que, a pesar de la terrible situación, fueron meses de increíble felicidad para toda su familia. Y fue en ese corto tiempo de agonía donde ella aprendió en toda su dimensión el verdadero significado de la palabra amor. 

     De repente sentí una enorme emoción. Sin poder contener las lágrimas abracé a esa mujer, agradeciendo a la vida el haber sido elegido para dar aquél mensaje. Nunca me sentí tan feliz en una situación aparentemente tan desgraciada, porque sabía que Juana ya se podía morir en paz. Cuando me fui del hospital, todavía se resistía a dejar este mundo, rodeada del afecto de una gran cantidad de personas. 

     Una dolorosa muerte, que hasta hace unos meses nadie se hubiera imaginado que fuera tan hermosa y llena de amor. Pensándolo bien, era evidente que ella debía recibir el mensaje de un abogado, y no un psicólogo o un cura, porque de otra manera jamás lo hubiese aceptado. Me estoy dando cuenta que quizá mi función y destino en esta vida sea permanecer con un pie en cada mundo, como un puente que ligue dos realidades solo aparentemente irreconciliables entre sí.






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